Cada vez que lo digo en voz alta agrego en voz baja: "...que aman demasiado mal".
Día a día voy descubriendo que del amor, del AMOR, muy poco he sabido y experimentado a lo largo de la vida. Mis creencias, ideas, visiones, imágenes, relatos sobre el amor me han impedido disfrutar de las delicias ilimitadas que nos llegan como consecuencia de amar, de amar de verdad, es decir, AMAR SIN CONDICIONES.
Mis ideas de "lo que debe ser", "lo que tengo que" y "lo que tienes que", han limitado las posibilidades de experimentar el amor y me han mantenido atada, amordazada, encarcelada, maniatada. Por lo tanto, al mismo tiempo he intentado atar, amordazar, encarcelar, maniatar a quien decía que amaba. Los juicios, la crítica, la queja, las expectativas me llevaban inevitablemente a la frustración, el enfado y la ira. Mis intentos por controlar y manipular a mí misma, a los otros (madre, padre, hijo, amigo,jefe, hermano o pareja) y a las relaciones que establezco con ellos en nombre de lo que "es lo que debe ser porque así y solamente así está bien", nada tienen que ver con el amor.
Poco a poco voy entendiendo, a fuerza de experimentarlo, que cuando suelto, libero, desato, abro mis manos para dejar al otro, y a la relación que construimos, ser tal cual es, me suelto, me libero, me desato y quedo abierta a disfrutar y celebrar el milagro de ser y el milagro de que el otro sea. Y así liberada, sonrío y celebro.
Cuando lo consigo, cuando consigo dejar de poner palabras y explicaciones, cuando bajo el volumen de mi mente parlanchina y puedo contactarme conmigo misma en el centro de mi corazón, despojada ideas y creencias y, desde ahí, siento y vivo, experimento la alegría de ser y se disuelve todo vestigio de sufrimiento. Todo lo que decido en ese estado de amor incondicional a mí misma me encamina a mi propio cuidado y respeto y al cuidado y respeto de los otros.
De eso hablaba San Agustín cuando decía: "¡Ama y haz lo que quieras!".
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