El mejor violinista de todos los tiempos fue un personaje legendario en el arte de la perseverancia.
Nicolò Paganini,
nacido
en
Génova el 27 de octubre de 1872, fue un niño prodigio que a los 6 años
ejecutaba composiciones en el violín y a los 9 años debutó ante el
público.
Sobre
Paganini se crearon innumerables leyendas que él mismo se negaba a desmentir,
en parte porque le divertían y en parte porque le permitía llenar los teatros
donde actuaba.
La anécdota
apócrifa más extendida encierra una interesante moraleja.
Cuentan que en una
ocasión actuaba ante
auditorio repleto de
admiradores. Su intervención fue soberbia y las notas emergían del violín con
una belleza incomparable. De pronto, una de las cuerdas del violín de Paganini
se rompió. El director se detuvo; la orquesta paró; el público esperó. Pero
Paganini continuó extrayendo milagrosos sonidos de violín
Guarnerius.
El director y la orquesta,
admirados volvieron a tocar. Todos pensaron que era un artista sobrenatural.
Al poco, otro sonido
extraño interrumpió el ensueño de la platea. Otra cuerda rota en el violín de
Paganini. El director paró de nuevo. La orquesta también. Paganini siguió, como
si nada hubiera ocurrido, arrancando sonidos imposibles. El director y la
orquesta absolutamente impresionados retomaron la partitura. Aún faltaba lo
mejor. Una tercera cuerda del violín de Paganini se desgarró. El teatro entero
dejó de respirar.
Pero Paganini prosiguió. Como un acróbata musical,
arrebatando mágicamente todas las notas de la única cuerda remanente de aquel
desbaratado violín.
La vida nos va retirando recursos gradualmente a todos: algunos abandonan
pronto, pero otros despiertan el Paganini que todos llevamos dentro y siguen
adelante sin rendirse nunca. Victoria es el arte de continuar, cuando otros
resuelven desistir. La gloria de Paganini proviene de ser el paradigma de quien
persiste ante lo que parece imposible.
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