Nadie niega que el sexo puro pueda ser placentero y adictivo. Los hombres sabemos esto más que las mujeres, aunque no exclusivamente. Su activación mueve montañas, derriba tronos, cuestiona vocaciones, quiebra empresas y destruye matrimonios.
El deseo sexual no mide consecuencias. Casi siempre se impone más allá de nuestras fuerzas. Se requiere la capacidad de un faquir experimentado para tenerlo bajo control.
Así es el sexo primitivo y anatómico: encantador, fascinante y "enfermador" para algunos o angustiante, preocupante y desgarrador para otros.
El deseo sexual no mide consecuencias. Casi siempre se impone más allá de nuestras fuerzas. Se requiere la capacidad de un faquir experimentado para tenerlo bajo control.
Así es el sexo primitivo y anatómico: encantador, fascinante y "enfermador" para algunos o angustiante, preocupante y desgarrador para otros.
Pero la sexualidad es otra cosa.
La sexualidad es la humanización del sexo crudo. Es la actividad por medio de la cual incluimos la genitalidad en un contexto interpersonal que va más allá de lo físico. En el entorno afectivo, la sexualidad trasciende lo corporal y se ubica en "un antes" y "un después".
Se prolonga más acá y más allá de los apetecidos, encantadores, desvergonzados e incontenibles orgasmos.
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